sábado, 27 de junio de 2009

Viñetas del Corazón


Viñetas del Corazón (1)

Por Manolo Coss

La mañana del martes pasado fui al Hospital Pavía a hacerme un cateterismo y salí el miércoles en la tarde con una angioplastía en el corazón. Aquí les comparto algunas experiencias de esa aventura.
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¿Qué debe hacer el que escribe y le recetan reposar?, ¡pues escribir menos! De manera que me propongo bordear la orden médica y redactar corto, ¡para que el miocardio no se entere!

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Como me gusta adelantar los finales, lo digo de arrancada: Moraleja, si tienes dolor de pecho, sean gases o mal de amores, hay que confesarse con el cardiólogo, que es el heraldo médico de las malas noticias, porque aunque te sientas bien, te va a quitar algo: el cigarillo, las chuletas o la cerveza (por lo general, todas a la vez).

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La orden de hacer una prueba de estrés (stress test) en sí misma es un factor estresante, más aun si trae malos recuerdos, como a mí. Le advertí al cardiólogo, como quien dice “con el corazón en la mano”, que había perdido a un entrañable amigo en una prueba similar, por lo que enfrentaba el examen con algo de susto y muchos nervios.

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Me “colgué” en el examen y me ordenaron un cateterismo, que es una especie de voyeurismo intravenoso que detecta posibles arterias obstruídas, tapadas o lesionadas, como le quieran llamar.

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Aunque se supone que es un procedimiento ambulatorio, para el cateterismo hay que hacer preadmisión en el hospital, y hay que prepararse emocionalmente para perder un día en gestiones, papeleos, chequeos, placas, más papeles, formularios, autorizaciones, desautorizaciones y discusiones con el Plan Médico, laboratorios, entrevistas y correcciones (“No, no es Cox, ni Cross, ni Coz”). Pero sobre todo hay que estar gastrointestinalmente preparado para soportar la programación de Univisión toda la mañana.

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No sé si es por casualidad o contrato (legal o fronterizo) que en cada oficina médica, laboratorio, sala de Rayos X, en los salones de preadmisiones, admisiones y emergencias hay que chuparse ese atentado a la salud mental y física que es El Gordo y la Flaca.

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Y eso es después de soportar en ayuno a Despierta América, un compendio de payasadas “gringohispanas” (o “hispanogringas”, da igual) que es como comerse un taco cubano relleno de disparates y mal gusto.

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Recomendaría llevar a estas citas un I Pod bien cargadito, como para no oir tanta güaza, pero eso puede provocar un desastre mayor que es distraerse ¡y perder el turno!

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Yo ví a un hombre hecho y derecho llorar como infante sin biberón, cuando le explicaron que había perdido su turno porque no respondió en el momento que le llamaron.

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El señor, paciente del corazón, cruzó su pulgar con el índice, lo besó sonoramente y juró que el motivo de su despiste era que atendía por celular una llamada de emergencia. Nadie lo delató, pero todos en el salón sabíamos que se había quedado dormido.

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No hay remedio. Las decisiones de la secretaria de recepción, justas o no, son inapelables.

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¡Y es que en este peregrinar descorazonado, me ha pasado cada cosa! Pero lo que ahora cuento, es de antología:

El cardiólogo, amigo de lejanas militancias universitarias, miró el resultado de la prueba de estrés y me dio la orden con severa autoridad: “no hagas ejercicios fuertes, no subas y bajes escaleras y no te encojones”. Me reí y me regañó: “en serio, no te encojones ni pases malos ratos, por lo menos hasta saber qué es lo que tienes”.

Garabateó nuevas órdenes y me envió a otra fila, esta vez para hacer la “reservación” del cateterismo.

Ingresé resignado al salón de espera del Centro de Dolor de Pecho y para mi enorme alegría, no había televisión ni mucha gente, dos buenos signos para un paciente novato y nervioso como yo.

Me acomodé en una esquina y comencé a leer un libro, mas no pasaba del primer párrafo cuando escuché a alguien hablando sobre “los independentistas”, “subversivos”, “Claridad”, palabras muy cercanas e imposibles de ignorar.

No intervine, pero casi en contra de mi voluntad empecé a prestar atención al monólogo de mi vecino.

“Yo estuve en la FUPI, yo sé cómo funcionan los subersivos y sé cómo infiltrarme para cometer delitos”, decía este tipo, de unos 40 años, dirigiéndose a una audiencia cautiva, aburrida y sin televisión.

Recordé la advertencia del cardiólogo e intenté abstraerme de la ristra de mentiras y estupideces que vomitaba el alegado “exfupista reformado”, ahora seguidor de Rosselló.

“Por más de un año, mi maestro, que era socialista, no dio la clase de inglés. Cuando llegaba al salón, mandaba a cerrar las ventanas y nos ponía a compaginar Claridad, donde se encontraban los mensajes para la subversión…. ¡Ahh , aquellas reuniones de la FUPI”, exclamaba el impostor fingiendo nostalgia.

Pero lo mejor estaba por venir. Ahora demostraría cómo la subversión se infiltraba en los medios.

“La directriz era que teníamos que estudiar para ser periodistas o maestros, para así indoctrinar al pueblo, y ahí los tienes… a Vélez Arcelay, a Daisy Sánchez, están por todos los medios”.

Bueno, aquí decidí intevenir.

“Mire, yo fui director de Claridad y no recuerdo ninguna orden o directriz de esa naturaleza, usted está mintiéndole a toda esta gente, y antes de que se vaya del gatillo le advierto que Daisy Sánchez es mi esposa, así que mida bien lo que habla”, le dije contenido pero evidentemente molesto.

De repente el ambiente se puso espeso, el letrero del Centro de Dolor de Pecho brillaba en los ojos asombrados de mis vecinos de sala, las pulsaciones podían escucharse sin estetoscopio y temí que alguien fuera a infartar, ¡que por algo estábamos allí!

El charlatán tardó en reaccionar para balbucear algo así: “pero si yo respeto mucho a tu esposa, ella es la que entrevistó al Comandante”…

La respuesta, tan sanana, si bien no satisfacía mi orgullo herido, nos alejaba de la confrontación física y de una probable embolia colectiva.

El farsante comenzó a hablar de otras cosas, salió su mamá del consultorio, se abrazaron y abandonaron la sala. Nos bañó la calma y respiramos sosiego… Regresé a mi lectura no sin antes notar que la señora sentada a mi lado apretaba contra su pecho un rosario y murmuraba algo sonriendo.

Sólo un minuto después de salir el imbécil, apareció Daisy y desde la puerta preguntó cómo me sentía.

Respondí que bien, “todo tranquilo”, lo que confirmaron mis contertulios con notables gestos de aprobación.


12 de julio de 2007/corregidas, 15 de julio de 2007
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Viñetas del Corazón 2

A MIS CARDIOLEGAS

Por Manolo Coss

“Todas las secuelas son malas, menos El Padrino II”. Muchas veces repetí esa arrogante sentencia con la seguridad absoluta que esgrime el ignorante.

Comienzo esta “Parte II” de las Viñetas con la autocrítica de arriba y con mi enorme agradecimiento por todos los mensajes de solidaridad que recibí a raíz de la publicación de la crónica sobre mis peripecias cardiovasculares.

¡Ahora sí que me ablandaron el corazón!, porque me he inaugurado en un mundo nuevo lleno de amistades cardiacas que llamaré “cardiolegas” (colegas del corazón) y quienes me han compartido infinidad de recomendaciones, recetas, brujos, ejercicios, oraciones y trucos para sobrellevar mi recién estrenada condición.

¡Coño, gracias de todo corazón!

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Con el neologismo “cardiolega” cumplo con la políticamente correcta acepción inclusiva de géneros. Así evito la repetición al infinito de las (as) y los (os), y esquivo lo que me resulta más estrésico aún que es la moda “progre” de colocar la dichosa @ en cada línea.

Por lo menos a mí me resulta ilegible, casi en chino, una oración como sigue: Agradezco a tod@s mis amig@s cardia@s y no cardiac@s por sus mensajes.

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Cardiolegas somos mujeres, niños, hombres, ancianos, y venimos de todos los colores, partidos y preferencias sexuales y deportivas. Es difícil explicar la ruta para llegar aquí, pero es como ingresar vía “fast track” a la Gran Logia del Pericardio.

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Mi más importante cardiolega es precisamente mi cardiólogo, quien poco a poco fue descubriéndome lo cerquita que estuve de liarlas e irme a tocar con los Los Panchos… mucho más cerca de lo que creía y de lo que ya sabía mi ángel guardián.

Y es que la flor que me cuida y acompaña, también anda con un soplido en su corazón.

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Lo más interesante son las “señales” post-operatorias. Por ejemplo, en Claridad publicaron e ilustraron las Viñetas I con una foto donde aparezco en rol de tenista. No creo que quien seleccionó esa foto sabía que quien estaba al otro lado de la red era el querido amigo y colega Pepe Crescioni, quien falleció un par de años después de un infarto raqueta en mano.

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Y otra para la colección: Me dice el cardiólogo que lo mío fue “un chivo”, algo así como un golpe de suerte de su intuición. Bueno, y de experiencia, añado yo.

El paso del cateterismo a la angioplastía se dio justo cuando cuando se cerraba el estrecho conducto que aun mantenía la arteria atorada.

“Estabas a punto de infartar, y lo que íbamos a leer de ti era la esquela”, me dijo serio pero despreocupado, casi de rutina.

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Si la revelación tardía pretendía no asustarme mientras convalecía, logró hacerlo retroactivamente y recién me pude ver en el umbral del famoso túnel...¡Menos mal que, tal vez por la facha, me negaron la entrada!

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Así que ahora es cuestión de acostumbrarme a vivir con cinco pastillas al día (una de ellas para que no me maten las otras cuatro), no hacer desarreglos y divertirme seleccionando los consejos de mis cardiolegas.

¡Ah!, ando con la Nitro en el bolsillo, por si cae otra señal y hay que espantar sustos.

20 de julio de 2007/ corregidas 21 de julio 07______________________________________________


Viñetas del corazón 3
SUEÑOS AHUMADOS

Por Manolo Coss

Esa noche no se movía una hoja. El aire inerte era húmedo, pegajoso, me habían golpeado mucho y estaba desorientado, al borde de la rendición, pero sostenía la mirada desafiante ante el sudoroso pelotón de fusilamiento.

–¿Su último deseo?– me preguntó el capitán enemigo.

–Un cigarrillo, Winston, si es posible...

Me desperté azorado con una ruidosa bocanada de nada. Otra vez soñaba con cigarrillos y este era uno más en la ristra de sueños ahumados que recurrentemente tengo desde que dejé de fumar hace más de un mes.

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En realidad, fue una orden médica. “Tienes que dejar de fumar”, me apercibió el doctor, de quien --dicho no sea de paso-- se rumora que es un fumador empedernido. “El fumar es vasoconstrictor, es decir, estrecha las arterias y las suyas ya están bastante flaquitas”, me aleccionó el socio de mi cardiólogo y temí que continuaría con la perorata antitabaquista de moda, pero no fue así.

Con más pena que rabia, me aconsejó que debía vencer el vicio de la nicotina y el incentivo era tan sencillo como contundente: “o dejas de fumar o te mueres pronto”.

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Fumé desde los 14 años y el piso del Cine Roosevelt debe llevar aún las marcas de las cientos de colillas que pisoteé en la oscuridad anónima y compinche de ese singular hangar cinematográfico.

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Se fumaba entonces --¡que días aquellos!-- en los aviones y los ascensores; en las aulas universitarias, en las oficinas y hasta en las iglesias. Ni hablar de las redacciones o los clubes nocturnos y salones de baile, donde una espesa nube de humo danzaba compacta y suave, develando exóticos hilos de luz.

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La verdad es que los no fumadores la debían pasar de hostias, pues el humo estaba en todas partes. Seguro que andaban vomitivos aunque simularan fumarse su trabuco, para codearse con el grupo “in”.

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Pero cocinaban la venganza por lo bajo, y golpearían duro y sin compasión.

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Nunca fui un fumador demasiado leal a una marca. Para los tiempos en que una fraternal forma de compartir era dejarle “el dos” a un amigo, el surtido de los piragüeros incluía la venta de cigarrillos al detal (dos por c.5), por lo que nadie exigía una marca específica.

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Confieso que practiqué la promiscuidad tabaquera del cigarrillo “Locky”, es decir “Loquihaya”, “Loquitengas”, etc. He fumado con y sin mentol, con y sin filtro, con y sin boquilla; cigarrillos de lechuga y de hoja de uva; rompepechos Populares cubanos, Gauloises franceses de tabaco negro, y mis preferidos, los suave de hoja rubia turca o virginiana.

Me he quemado el bigote prendiendo diminutas colillas rescatadas del cenicero y he congelado mis pensamientos fumando en plena tormenta de nieve.

Por eso, solo los tecatos del cigarrillo, como yo, saben lo que es dejar esa varilla de lado y únicamente acariciarla en sueños ahumados.

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Y es que en la última década los fumadores han sido objeto de la más intensa campaña de desprestigio, aislamiento y discrimen. Empujados a las aceras, obligados a fumar a la intemperie, expuestos al escarnio público, los fumadores se han convertido en el punching-bag social del momento.

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Lo que falta es que los legisladores (que siempre andan buscando algo qué prohibir) aprueben nueva reglamentación para que los fumadores sean obligados a coser una letra F en su ropa o a usar una burka en público, con sus rendijas tapadas de manera que el humo permanezca dentro de la batola.

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Porque, aparte de las nobles intenciones de promover una vida sana, también hay mucha hipocrecía y motivos más vengativos que saludables de parte del fundamentalismo antitabaquista.

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Si no lo cree, vaya al cine y disfrute la promoción de un inmenso hamburger triple carne con extra tocineta, doble queso y papas fritas agrandadas con un litro de gaseosa.

¡Una infame sobredosis de colesterol y transfat!..¡Un grasiento disparo al corazón!

¿Y quién se queja; porqué no lo prohiben; dónde está la advertencia del Cirujano General?

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Pensándolo bien, lo peor de fumar –lo que me mantiene nicoabstemio– es la maldita dependencia y la sumisión al tabaco. Porque el vicio de la nicotina es otra esclavitud reñida con el libertarismo al que regreso, después de viejo...y sin humos en la cabeza.

octubre 2007
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lunes, 22 de junio de 2009

Nace un Blog

Hace muchas lunas volaba de regreso a Praga desde Damasco. No fue exactamente el rayo que transformó a Saulo en Pablo lo que me sacudió, sino un remezón mediterraneo del avión de Syrian Air lo que me apuró a escribir un poema dedicado a mis padres titulado "Cossido", que encabeza también este nuevo blog.

Lee así:

Debo admitir, para ser sincero,
que mis padres me cossieron
como cosse un costurero.

Con el hilo sincero
del amor, la alegría,
cossiéronme ellos la vida
con puntadas de consuelo.

Ah!, pues quién diría
que la cosstura hace a los hombres!
Me cossieron de Coss el nombre
y de cariño día por día.

A Coss mayor, el prohombre
y a la Doña cossturera
le agradezco de esta manera
haberme cossido un hombre.

Por su arte yo les doy
mi agradecimiento profundo,
por haberme cossido el mundo
y cosserme como soy.