viernes, 18 de septiembre de 2009

El secreto de los últimos musulmanes en España



Entrevista a Luce López-Baralt

La investigadora puertorriqueña Luce López-Baralt no deja de sorprender con sus investigaciones y hallazgos. Sus entrevistas son siempre reveladoras de un mundo del que procedemos y apenas conocemos.

Por Adriana Cortés Colofón
La Jornada Semana, México

Toda una vida dedicada al estudio de la literatura árabe…—¿Aún hay prejuicios sobre el tema?
—Me entristece decir que aún hay prejuicio en torno al tema, y de ello he sido víctima directa en algunas ocasiones. Con todo, la fuerza misma de los estudios sobre el campo, tan pertinente en la actualidad, es tal, que ello mismo va demoliendo antiguas fobias y malquerencias. Pienso que hay que comprenderlas sin asombro y con generosidad: la España del Siglo de Oro aún era parcialmente oriental, híbrida y mestiza, y esta verdad histórica no es fácil de asumir después de cinco siglos de silencio oficial. Aspiro con mi reciente libro a deshacer prejuicios y a abrir nuevas sendas de investigación. También aspiro a algo muy conmovedor para mí: a haber devuelto a la vida a toda una comunidad silenciada, que al fin puede hablar directamente a la posteridad. Su antiguo secreto es ahora de todos.

—¿Por qué su interés en la literatura árabe?

—Para mí es un gran misterio el porqué de mi inclinación al mundo y a la cultura árabe. Sólo puedo recordar que los Reyes Magos me trajeron una noche la versión infantil de Las mil y una noches, con mi nombre “Lucecita” escrito en la portada. Para mí aquello resultó mágico: una mano ultramundana sabía mi nombre y lo escribía sobre un texto lleno de magia y misterio. Los pocos objetos orientales que había entonces en mi casa me imantaban de manera especial: un incensario, una daga toledana. Curioso: no tengo familia árabe y no había escuchado nunca el idioma cuando lo comencé a aprender a los dieciséis años, sola, con la única ayuda de un libro prestado por un amigo de origen libanés. Estudié literatura española en Puerto Rico, Madrid y New York, y ya en Harvard me dediqué al poeta más raro de las letras españolas: San Juan de la Cruz. Lo amaba por misterioso, pero sus enigmas no me ofendían, como a Menéndez Pelayo, sino que me enamoraban. Raimundo Lida, mi director de tesis doctoral, quedó tan impresionado con la contrapartida islámica de San Juan, que el Departamento me becó y me mandó a Beirut a estudiar la lengua árabe y el misticismo islámico.

—¿Qué reto implicó para usted la lectura de los textos de los últimos musulmanes en España?
—La literatura secreta de los últimos musulmanes de España se conserva en manuscritos de los siglos XVI y XVII, inéditos en su mayoría. Estas crónicas clandestinas, redactadas en un castellano entreverado de aragonesismos y arabismos, están transliteradas con caracteres árabes. De ahí que el descifrar estos textos secretos constituya un reto, tanto para el hispanista como para el arabista, pues hay que saber los dos códigos –el español y el árabe– para poderlos leer. La primera noticia que nos dan estos códices es acerca del estado de hibridez cultural de los moriscos, que ya no podían expresarse en el árabe clásico de sus antepasados, sino en el idioma de sus opresores, el castellano. De otra parte, los textos que rescatamos hoy del olvido también nos permiten hacernos un cuadro más adecuado de la literatura española del Siglo de Oro: hoy sabemos que, junto a los autores que hoy consideramos clásicos, como Garcilaso, Lope, Cervantes y Quevedo, había una literatura subterránea y contestataria que los moriscos escribían desde la más estricta clandestinidad.

—¿Por qué son incómodos estos textos para el lector occidental?

—Porque nos presentan un mundo cultural y religioso que pasó a ser prohibido y, por lo tanto, desconocido, sorprendente e incluso incómodo para nuestros ojos occidentales. Los textos, leídos en su conjunto, parecerían pensar a España al revés: celebran al profeta Mahoma–incluso en sonetos endecasílabos–, lloran la caída de Granada, denuncian a la Inquisición, reescriben leyendas pías y rituales religiosos islámicos, dan noticia de cómo huir clandestinamente de la España inquisitorial y cómo regresar a ella en secreto, tal como hizo el morisco Ricote. Por más, entre los tratados moriscos espigamos uno particularmente inaudito, que publiqué hace años como libro independiente y que ahora resumo y actualizo: El Kama Sutra español. Se trata de un opúsculo sobre la casuística matrimonial dentro del contexto islámico, en la que el autor, muy en la línea de sufíes devotos como Ahmad Zarruq, describe el acto sexual en todos sus pormenores y enseña a los esposos a orar mientras hacen el amor, ya que concibe el sexo como un acto sagrado que nos lleva a la contemplación misma de Dios. Además, como se trata de un morisco musulmán que es, a la vez, español, no tiene reparos en entreverar las oraciones nupciales que recomienda con sonetos de Lope de Vega. El Fénix, sin duda, se hubiera asombrado de verse incluido en el texto, tan asombroso desde el punto de vista cultural, de este morisco anónimo que fue su contemporáneo.

—¿Puede considerarse fronteriza a la literatura aljamiada?
—Definitivamente, los códices moriscos son textos fronterizos y a caballo entre dos culturas, la occidental y la islámica. Lo híbrido, como se sabe, siempre es difícil de clasificar y de interpretar. Creo que algunos postulados de Homi Bhabha sobre la literatura postcolonial se podrían aplicar con fortuna a la literatura aljamiado-morisca: el espacio textual híbrido, cambiante, fluido y abierto crea un “tercer espacio” literario. En este tipo de literatura mestiza, los conceptos monolíticos raciales o nacionales se disuelven en espacios entrecruzados, en intersticios, en fisuras, en fronteras inciertas: estamos ante el nuevo producto de la fusión entre dos culturas, que siempre es un proceso indeterminado. Este “tercer espacio” ya no corresponde a ninguna de las dos culturas que litigan entre sí en el texto. La literatura aljamiada es las dos cosas a la vez: literatura española y literatura islámica, y aún más: es el tercer espacio del encuentro –y del choque– entre ambas. O, acaso, también el tercer espacio del intento de armonizarlas a las dos. Se nos hace difícil pensar, de otra parte, que a la altura del Renacimiento todavía España era tan semítica como para producir esta literatura apasionante que fue, de otra parte, contemporánea con la colonización de Indias. Muchos moriscos –igual que muchos judíos conversos– pasaron por cierto a Indias, y en el capítulo final de mi libro doy fe del caso del primer alcalde y médico de San Juan de Puerto Rico, a quien Ponce de León ii acusó de ser un morisco encubierto. Así que tengo un morisco compatriota puertorriqueño.

—¿Qué puede decir sobre el Mancebo de Arévalo, uno de los criptomusulmanes más estudiados por los arabistas hoy en día?
—Es el autor morisco más misterioso de todo el corpus aljamiado. Tanto l. p. Harvey, su primer estudioso, como la editora de La Tafsira, su obra maestra, María Teresa Narváez, puertorriqueña por cierto como yo, exploran la obra del Mancebo, que ni siquiera legó su verdadero nombre a la posteridad. Este autor, cuyo lenguaje y estilo resultan sumamente extraños aun en el contexto de las letras moriscas, tiene, a mi entender, los pasajes testimoniales más apasionantes de todo el corpus secreto. Como si fuera un periodista avant la lettre, el Mancebo entrevista a los sobrevivientes de la caída de Granada, que le dicen, angustiados, cómo fue la tragedia de perder su ciudad y cómo los Reyes Católicos no tardaron en contravenir sus generosas capitulaciones de 1492.

—¡Es sorprendente que el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, confesor de Isabel la Católica, haya contratado los servicios de una curandera musulmana! –

—Los moriscos fueron herederos de una ilustrísima tradición médica islámica, heredera a su vez de la griega. Por ello, aun a la altura del Renacimiento eran respetados –y aun temidos– por los cristianos, quienes, en casos graves, solían recurrir a ellos. Muchas veces lo hacían en secreto. Ese fue el caso del cardenal Cisneros, que enferma en Granada en 1501. Ningún médico cristiano acierta a curarlo, por lo que hace venir a una mora sanadora que lo logra sanar con ungüentos y yerbas. El encuentro médico fue clandestino y ni siquiera sabemos el nombre de la benefactora del cardenal. Irónicamente, el mismo Cisneros había prohibido en 1498 que la comunidad cristiana se sirviera de “parteras moras”, y él mismo, en crisis, acude a la medicina morisca. Es obvio que ya las relaciones entre cristianos y musulmanes eran tan tirantes como peligrosas pero, aun así, la medicina morisca era vista con respeto.

—¿Qué sorpresas nos depara la literatura aljamiada?
—Son muchas. En primer lugar, escuchamos por vez primera los las voces de los vencidos: los moriscos se quejan de la caída de Granada, de la venta en pública subasta de las damas moras granadinas, de la pérdida de los libros sagrados de su fe, de la desgracia de desaparecer como pueblo constituido. Desprecian la lengua española que se ven precisados a utilizar tan a su pesar, suspiran por el regreso de los alminares de las mezquitas, claman, ya desde el exilio en Berbería, contra la Inquisición que les pisaba los talones cuando aún estaban en la península. Con todo, también se comportan como el nostálgico morisco Ricote: entre líneas dejan ver su nostalgia por la tierra que los echó de sí y por su extraordinaria literatura, que tan bien se sabían: el romancero, Garcilaso, Quevedo, Lope. Incluso se apropian –tal es el caso del Mancebo de Arévalo– del dolido prólogo de La Celestina, de Fernando de Rojas, inspirado en el De remediis utriusque fortuna, de Petrarca, y lo interpretan como texto disidente de protesta política y religiosa. Así, por cierto, lo habría de interpretar cuatro siglos más tarde Stephen Gilman, leyendo entre líneas el angustiado agnosticismo del autor converso de la tragicomedia. Algunos autores moriscos, sobre todo los del exilio, llegan a tal extremo de indentificación con los valores de la España oficial que escriben novelas a la italiana, con pasajes no resultan no sólo maurófilos, sino incluso defensores de la sangre goda tan en boga en el ideario del establishment cristiano.

—¿Dónde se encuentran los textos que sobrevivieron a la Inquisición?
—Todo el corpus aljamiado que conservamos en las bibliotecas de España, París, Aix-en-Provence y otras bibliotecas europeas y orientales sobrevivió las pesquisas de la Inquisición. Contamos con más de doscientos códices, casi todos ellos descubiertos en pisos falsos y pilares huecos de casas de la región de Aragón que se demolieron en el siglo XIX. El hallazgo más célebre de todos es el de Almonacid de la Sierra , en el que se lograron salvar la mayoría de los manuscritos de la biblioteca secreta de un morisco del siglo XVI . Los manuscritos de otro hallazgo antiguo alimentaron el hogar y calentaron los pucheros de una casa por espacio de los meses crudos del invierno aragonés. Vincent Barletta calcula que allí se perderían hacia 270 libros, más del caudal total de códices aljamiados que tenemos en las bibliotecas de España. Con todo, los hallazgos continúan: ha habido otros en Ocaña, Tombuctú e incluso en Argelia. He gastado décadas en visitar las bibliotecas de Europa y Oriente a la zaga de muchos de estos manuscritos. Al principio de mis pesquisas, los códices de muchas bibliotecas aún estaban sin catalogar, por lo que el trabajo archivístico no resultaba nada fácil. De otra parte, como el tema de las letras aljamiadas aún resulta incómodo en ciertos círculos académicos, después de mis publicaciones se me dificultó por muchos años la entrada a alguna de estas bibliotecas. Todo ello se ha reparado al presente.

*Doctora honoris causa de la Universidad de Puerto Rico y catedrática de literatura española y comparada en la misma Universidad. Vicedirectora de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Dominicana de la Lengua Española. Entre sus obras figuran “San Juan de la Cruz y el islam” y “Huellas del islam en la literatura española”. Recientemente publicó “La literatura secreta de los últimos musulmanes de España” (Trotta, 2009).

viernes, 4 de septiembre de 2009

“No estoy detrás sino delante de los libros de Saramago”



Entrevista con Pilar del Río

José Saramago y Pilar del Río se conocieron en 1986 cuando la periodista compró en Sevilla un ejemplar de 'Memorial del Convento', y quedó impresionada por la fuerza y el coraje de Blimunda, protagonista femenina de la novela histórica del portugués. Del Río, trabajaba en TVE-Andalucía, y propuso viajar a Lisboa para entrevistar a Saramago. Dos años después se casaron, y ahora viven en Lanzarote, donde Pilar trabaja como traductora de la obra de su esposo y hace un comentario semanal en un programa de radio el cual firma como (adivinen!)... Blimunda.
Me cae bien, por colega y porque gracias a su trabajo he leído a Saramago.
mc


Nelson Fredy Padilla
El Espectador (Colombia)

¿Cómo viven un día promedio?
Nuestros días no son excepcionales, salvo por el detalle de que en mi casa nadie se jubila: a los 86 años Saramago desarrolla jornadas de trabajo que muchos jóvenes no aguantarían: en dos años ha escrito tres libros —El viaje del elefante, El cuaderno y otro, que se anunciará en breve y del que ahora no voy a hablar, espero que lo entienda—, ha intervenido en la vida política, ha pronunciado conferencias y atendido a cientos de requerimientos. Esto significa que de la mañana a la noche se está ocupado. Si estamos en Lanzarote, Saramago trabaja en su biblioteca, que está al lado de casa, no dentro, y si en Lisboa, va a la Fundación.

¿Cuál ha sido el papel de Pilar del Río, como periodista y amante de la literatura, detrás de los libros de Saramago?
No estoy detrás de los libros de Saramago, como cualquier otro lector, o lectora, los tengo delante... Eso sí, soy una lectora privilegiada, leo cada día lo que Saramago escribe y traduzco al español lo que él escribe en portugués, de tal manera que los libros de Saramago salen simultáneamente en los dos idiomas. Esta es mi mayor gloria y responsabilidad.

¿Cuál es el significado de su aporte a nivel de traducciones?
Traducir es casi una imposibilidad, porque ¿cómo pasar a otro idioma la respiración del autor, la duda previa, la intención con que se teclea? Eso es imposible, pero se hace lo que se puede. En cualquier caso, el trabajo de traducir es importante, tanto que, como Saramago dice, los autores hacen las literaturas nacionales, pero los traductores son los que hacen la literatura universal... De no ser por los traductores, García Márquez no sería García Márquez en Japón, en Finlandia o en Rusia. Es decir, él sería quien es, pero los japoneses, finlandeses o rusos que lo aman no habrían tenido la posibilidad del encuentro.

¿Qué anécdotas le resultan inolvidables en ese proceso?
Tengo memoria de cada libro y de cada artículo traducido. No he perdido ni un detalle, no he olvidado nada, haber traducido, y al lado del autor, en convivencia con él, es mi tesoro, un tesoro que a nadie más importa y que guardo porque en él me recreo. ¿Una anécdota? Una frase. La pronunció Carlos Fuentes, un día, viendo donde José trabaja y dónde lo hago yo. Dijo: “Qué suerte, la traductora en casa”, y lo dijo con tanta vida que me conmovió oírlo. Me sentí muy orgullosa.

¿Cuál es su papel en la Fundación Saramago y en la consolidación de la memoria literaria de la obra del escritor?
Como ya le he dicho, soy la presidenta y esto no es honorífico: cada mañana, muy a primera hora, estamos en contacto los distintos colaboradores para organizar el día. Tenemos en marcha varios proyectos, porque la Fundación no nació a mayor gloria de Saramago: es una Fundación con objetivos culturales y de ampliación de derechos, considerada legalmente de interés público. Entre nuestros objetivos está la recuperación literaria, y sobre todo emocional, de grandes autores portugueses que no se sabe por qué han entrado en una especie de nube negra. Tenemos una campaña de animación a la lectura, empezando por los niños, impulsamos ciclos y conferencias literarias, recuperamos textos testimoniales que no pueden perderse, hemos puesto en marcha una ruta, “El camino de Salomón”, que puede unir pueblos y aldeas portuguesas muy desconocidas. Estamos digitalizando papeles perdidos de Saramago, las conferencias escritas, datos de una vida larga que a los estudiosos y a los amigos les viene bien tener. Y a nosotros, a los trabajadores, nos hace disfrutar esta búsqueda de textos, de fotos, de vídeos... En poco tiempo queremos presentar un proyecto electrónico que, tal vez, sea puntero.

[José Saramago le dedicó a Pilar del Río el último texto de El cuaderno, titulado “Presidenta”: “Quiero dejar constancia, y supremamente lo quiero, de lo que ella significa para mí, no tanto por ser la mujer que amo (que eso son cuentas de nuestro rosario privado), sino porque gracias a su inteligencia, a su capacidad creativa, a su sensibilidad, y también a su tenacidad, la vida de este escritor ha podido ser, más que la de un autor de razonable éxito, la de una continua ascensión humana. Casi me apetece decir: este es mi testamento. Pero no nos asustemos, no voy a morir, la presidenta no me lo permitiría”].

Pilar, ¿cómo se imagina su mundo familiar cuando falte José Saramago?

Eso no lo imagino.
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